De niño, como cualquier otro millenial, jugaba. Recreaba explosivas escenas de acción con mis Action Man y mis Transformers. Imaginaba vertiginosas persecuciones en coches de juguete que no se desplazaban tanto como imaginaba e ideaba intrincadas arquitecturas gracias a miles de diminutas piezas de Lego.
De niño era un dios demiurgo creador de infinitas realidades, de mundos dentro de otros mundos, dando lugar a una entramada red de historias que dejaban una hollada huella en mi alma.
Así, a veces imaginaba páramos inhóspitos, desiertos cuya vista no alcanzaba sus fronteras, pero que a veces conocían tregua gracias a destartalados poblados cuyos habitantes malvivían de los paupérrimos cultivos que daba su yerma tierra.

La temática apocalíptica nos atrae muchísimo. Nos produce mucha fascinación la idea de empezar de cero en una sociedad donde una gran catástrofe ha arrasado todo aquello que conocíamos y nos ha dejado un espacio para la libertad claustrofóbico y, al mismo tiempo, de lo más atrayente.
A día de hoy vivimos rodeados de reglas, de estrictas quehaceres que nos dicen que hacer, cuando y como. Desde no poder gritar a viva voz lo que suena en nuestro interior hasta tener horas estipuladas para irnos a dormir y, según dictan los tiempos, incluso restricciones de cuando podemos salir o no de casa.
¿Qué tienen en común El Contrato Social y la temática apocalíptica?
El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau definiría esto como «El Contrato Social», exponiendo que la libertad innata con la que nace cada ser humano se ve paulatinamente coartada por la acción represora de las sociedades civiles, todo esto en pos de una coexistencia pacífica de todos los individuos en comunidades.
Lo curioso de Rousseau es su alusión a la libertad con la que nace el ser humano. Para él, el humano es un ser libre, autónomo y efectivo desde la cuna, hasta que empieza a ser atado (o en sus palabras, encadenado) por los contratos familiares, grupales y comunales. He aquí donde entra en juego la temática apocalíptica.

Si mañana todo aquello que conocíamos se derrumbase como una figura de Lego, los individuos que sobreviviesen y lograsen adaptados, los más preparados, tendrían el deber y la necesidad de erigir desde cero una nueva sociedad con sus propias reglas y su propio orden.
Lo que subyace a cualquier película, videojuego, novela u obra de temática apocalíptica es la liberación de todas nuestras ataduras. El desencadenamiento, el desprendimiento de todos esos contratos sociales que nos empapelan hasta oprimir el movimiento angular de nuestras articulaciones.
Y es que la temática apocalíptica puede ser bellísima. Es la revalorización de lo cotidiano desde una óptica novedosa. Encender una fogata, conseguir botellas de agua fresca, un paseo en coche o un atardecer. Cosas que antes dábamos por sentadas ahora las apreciamos como agua en el desierto. Y eso es precioso.
He ahí la razón por las que nos maravillan títulos de videojuegos tan abstrusos como Fallout, Zombie Island o The Last of Us, todos siguiendo la temática apocalíptica, nos inviten a apreciar elementos tan rutinarios como la comida, animales salvajes o la propia puesta de sol.

Y siguiendo esa óptica, en The Walking Dead nos invita a apreciar como los personajes, obligados a vivir día a día en un mundo corrompido por una epidemia zombie, llegan a apreciar cosas tan «banales» como una ducha caliente, cintas de casete o el sentarse juntos a charlar, tranquilamente, alrededor de una fogata.
He aquí la razón de que la temática apocalíptica nos fascine. Todo gira en torno a la revalorización y la deconstrucción de un mundo que, aunque constantemente cambiante, nos aburre y se nos hace demasiado predecible. La libertad, las experiencias extremas, el abrirse camino entre los días y el apreciar las pequeñas cosas.
¿Para ti qué significa la temática apocalíptica? ¿Eres un apasionado como nosotros o prefieres otros géneros? ¡Coméntanos y comparte si te ha gustado esta publicación!